Opinión:
Arde Sama, tragedia recurrente.

−Se ha quemau el cerro cumpa Anselmo −con tristeza comentó Gervasio−. Todos los años es lo mismo.
−Asi es cumpa, y todos los años escucho que no hay plata pa combatir el fuego, que falta gasolina, que falta agua, que no hay comida pa los bomberos, que no tienen uniformes ni medicamentos, que no hay herramientas, que no tienen vehículos, que faltan cisternas y tantas otras cosas más −comentó Anselmo.
Los compadres, sentados sobre las piedras del río, observaban el humo en la serranía. Como ocurría siempre, durante el mes de agosto, la reserva de Sama, fuente de agua del Valle Central de Tarija, ardía sin misericordia.
−Esta vez me he chamuscao los brazos y la cara cumpa, tengo las pestañas revueltas, como reina de belleza −Gervasio trataba de darle un matiz jocoso a la tragedia.
Mientras conversaban a orillas del río, la ceniza caía sobre el agua.
−Oiga cumpa, me ha tocado subir al cerro con los bomberos voluntarios, ¡carajo que personitas guapas!, no les pagan, dejan su trabajo y sus familias pa venir a pelear con el fuego y encima se compran solitos sus uniformes resistentes a las llamas −Anselmo relató con admiración.
−Pero otros salen en las fotos, falta que usted y yo salgamos en los periódicos cumpa −dijo con sorna Gervasio.
La tarde caía y se notaban las últimas llamas en la cordillera.
−Cumpa, ¿acaso Sama no es área protegida? −preguntó Gervasio.
−Así es, y está a cargo del Gobierno Central −contestó Anselmo−. Pero solo cuenta con seis guardaparques, para toda la Reserva y no le alcanza el presupuesto ni pa patrullar y menos pa luchar contra los incendios. Y cuando hay que asignar fondos para cuidar la Reserva de Sama, todos se hacen los locos.
−Pero pa cantar somos buenos no cumpa?.
−Uuu, pa eso no nos gana nadie, y le cantamos al cerro, le agradecemos que nos da agua y decimos que hay que cuidarlo y no incendiarlo −Gervasio hablaba en tono sarcástico−. Pero sólo nos acordamos cuando arde, el resto del año, estamos chitún cumpa.
Los compadres se miraron en silencio, ellos subían a la cordillera todos los años para apagar el fuego que se iniciaba en las mismas zonas y las mismas fechas. Era como que la experiencia y la naturaleza anticiparan dónde, qué día y a qué hora empezaría la catástrofe.
−Cumpa, si sabemos cuándo sopla el viento, cuándo sube la temperatura y cuándo el campo esta seco, ¿no será posible informar y alertar a todos pa que tengan precaución y no quemen estos días? −reflexionó Anselmo, volviendo a la seriedad de la conversación−. ¿Y tener a los bomberos, policías, soldados y funcionarios al pie de la cordillera, listos con todos sus pertrechos, para entrar en acción al primer aviso de fuego?
−Si compadre, se puede y no cuesta plata, todos tenemos celular con Whatsapp, en estos meses que nos bombardeen con mensajes de alerta y cursos de capacitación −Gervasio se emocionó explicando−. Que sirva pa algo la inteligencia artificial tan mentada, no solo pa chismear o ver videos porno.
−Cumpa, usted verá esas cochinaditas, yo no tengo tiempo −Anselmo esbozó una sonrisa cómplice.
Los compadres lanzaron una risotada. A pesar de la desgracia, no perdían el humor