Un gigante en los Andes: la altura real de Atahualpa y el mito del gigantismo andino

Durante siglos, el último emperador inca, Atahualpa, ha sido descrito como un gigante andino, casi mítico. Las crónicas coloniales hablaban de un líder de casi dos metros, de presencia imponente y fuerza sobrehumana. Sin embargo, los estudios modernos han comenzado a separar la leyenda del gigante inca de la realidad histórica, revelando datos sorprendentes sobre su verdadera estatura y las razones por las cuales los Andes imaginaron colosos donde existieron hombres comunes.
La ciencia desmonta el mito del “gigante inca”
Los estudios osteológicos y antropológicos han demostrado que la población inca era, en promedio, de estatura baja a moderada. Investigaciones realizadas en Machu Picchu por el antropólogo John Verano revelaron que los hombres medían en promedio 1.57 metros y las mujeres 1.49 metros. Ningún esqueleto superó los 1.67 metros.
De igual forma, excavaciones en Maranga y otros asentamientos antiguos registraron estaturas masculinas entre 1.50 y 1.65 metros. Incluso el Hombre de Lauricocha (10.000 a.C.) apenas alcanzaba 1.62 m. Esto evidencia que la mayoría de los incas medían menos de 1.70 m, similar a los conquistadores españoles, que promediaban entre 1.55 y 1.60 m.
Los nobles incas eran más altos que el pueblo común
Pese a ello, las élites incas presentaban una mejor complexión física gracias a su alimentación y estilo de vida privilegiado. El ejemplo del Señor de Sipán, un gobernante mochica del siglo III, cuya estatura era de 1.67 m (unos 12 cm por encima del promedio de su época), refuerza la idea de que la nobleza andina era físicamente más alta y robusta.
Atahualpa, descendiente de Huayna Cápac y miembro de la realeza cusqueña, habría compartido este rasgo. Diversos cronistas lo describen como un hombre de porte distinguido, más alto y corpulento que la mayoría de sus súbditos.
El “cuarto del rescate”: la pista más confiable sobre su altura
El episodio del Cuarto del Rescate en Cajamarca ofrece una pista histórica concreta. Según los relatos de los cronistas, Atahualpa prometió llenar la habitación de oro “hasta donde alcanzara su mano”. La marca que señalaba esa altura aún se conserva: está a unos 2.10 metros del suelo.
Si se toma en cuenta la proporción promedio del brazo levantado (unos 30 cm por encima de la cabeza), se estima que Atahualpa medía entre 1.80 y 1.83 metros, equivalente a seis pies de altura. Esto lo situaba aproximadamente 25 cm por encima del promedio de su pueblo, lo que explica la impresión de “gigante” que causó entre los conquistadores.
El propio Francisco de Xerez escribió sobre su “majestad y gran presencia”, mientras que Cristóbal de Mena relató que “un hombre alto no allegava con un palmo” a la raya que marcó el Inca en la pared.
Los orígenes del mito de los gigantes andinos
Mucho antes de Atahualpa, los pueblos andinos ya narraban leyendas sobre gigantes. El cronista Pedro Cieza de León registró en 1553 un relato en el que “hombres descomunales” llegaron por mar a la costa ecuatoriana en balsas enormes, dejando huellas colosales y excavaciones gigantescas.
Los nativos afirmaban que estos seres fueron castigados por los dioses con fuego celestial. Los españoles incluso creyeron haber hallado sus restos: enormes huesos y dientes de gran tamaño que, según estudios modernos, pertenecían en realidad a megafauna extinta, como mastodontes y megaterios.
Entre la historia y la leyenda
Así, la ciencia concluye que Atahualpa no fue un gigante, pero sí un hombre inusualmente alto y majestuoso para su tiempo. Su estatura cercana a 1.83 m, unida a su linaje imperial, alimentó el mito del “último gigante de los Andes”.
La historia y la arqueología muestran que, detrás del mito, existió un líder cuya verdadera grandeza no dependía de su talla física, sino de su legado como símbolo del fin del Tahuantinsuyo.
FUENTE: INFOBAE