Los adultos mayores que usan móviles e internet tienen menores tasas de deterioro cognitivo

Un hombre mayor consulta su teléfono móvil en una calle de Madrid.

Los sherpas de internet han envejecido. La primera generación en relacionarse con las nuevas tecnologías, la que en muchos casos las creó, ha alcanzado la edad en la que surgen los riesgos de demencia. Y después de años de especulaciones e hipótesis sobre cómo este entorno digital afectaría a sus capacidades cognitivas, los primeros trabajos de campo pueden empezar a poner números a este fenómeno. Es lo que hace un metaanálisis publicado en Nature Human Behaviour, este lunes, basándose en 57 estudios previos publicados con una base de más de 400.000 adultos mayores de todo el mundo. Sus conclusiones son claras: el uso generalizado de tecnología puede estar asociado a menores tasas de deterioro cognitivo en adultos mayores de 50 años. La tecnología no solo no debilitaría la capacidad cognitiva, como sugieren algunos expertos, podría incluso protegerla.

“En general, vimos que los adultos mayores que utilizaban tecnologías cotidianas como teléfonos inteligentes, correo electrónico e internet mostraban menos problemas cognitivos”, explica en un intercambio de mensajes Jared F. Benge, neuropsicólogo de la Universidad de Texas y coautor del estudio. “Estos resultados se mantuvieron incluso después de ajustar los ingresos, la educación y otros factores que podrían explicar los efectos”.

El estudio pone números a una realidad sobre la que se ha teorizado mucho en los últimos años, defendiendo sobre si el uso (y abuso) de la tecnología puede tener consecuencias en la forma en la que envejecemos. Pero, como alertaba el pasado viernes un artículo en la revista Science, la ciencia está mostrando fallas y problemas a la hora de demostrar si la tecnología es realmente perjudicial para la salud y el bienestar. Esta falta de conocimiento se llena con teorías, que pueden tener una argumentación científica, pero también una parte de ideología. La idea del presente estudio era dejar de teorizar, y mirar los primeros datos objetivos.

Según los resultados del metaanálisis, se vio una reducción del 58% en la probabilidad de desarrollar del deterioro cognitivo entre quienes usaban tecnologías a diario. Además, se observó una disminución del 26% en la tasa de deterioro cognitivo a lo largo del tiempo, lo que sugiere que el uso de tecnologías digitales podría ralentizar el progreso de la pérdida cognitiva. Son cifras robustas, pero no lo suficiente para zanjar el debate.

“No creo que [este estudio] resuelva del todo la duda entre las dos posibles hipótesis”, opina Salvador Macip catedrático de Medicina Molecular en la Universidad de Leicester especializado en envejecimiento. “Encuentra una asociación muy sólida, pero solo demuestra una asociación, no necesariamente una relación causa-efecto”. Macip cree que para demostrarlo haría falta conocer los mecanismos subyacentes que relacionan el uso de la tecnología con un menor deterioro cognitivo y estamos lejos de esto. El experto no demoniza la tecnología, apuesta por integrarla en la vida de los ancianos, “porque no hacerlo los aislaría de la sociedad, algo que sí que sabemos que acelera el deterioramiento cognitivo”, explica. “Pero de ahí a concluir si la tecnología en sí misma ayuda o no… Eso es más difícil de decir”.

Lucrecia Moreno Royo, catedrática en el departamento de Farmacia de la Universidad CEU Cardenal Herrera, en declaraciones al portal científico Science Media Center (SMC) valora muy positivamente el presente estudio, que al basarse en otros 57 análisis previos “ofrece mayor evidencia científica”. Uno de estos estudios anteriores es suyo. Un trabajo publicado en 2021 en el que se vio que internet y la lectura redujeron significativamente las probabilidades de puntuaciones compatibles con un deterioro cognitivo en sujetos de edad avanzada. Por el contrario, las variables de estilo de vida que se asociaron a un mayor riesgo de deterioro cognitivo fueron el número de horas de televisión y la falta de sueño nocturno. Moreno se muestra más entusiasta que Macip y cree que los datos que arroja este análisis podrían tener consecuencias. “Las implicaciones para el mundo real pasan por el uso de la tecnología como estimulación cognitiva, claramente”, señala.

Dos teorías enfrentadas

El presente estudio rema a favor de una de las dos teorías que han enfrentado a los expertos en envejecimiento respecto a las nuevas tecnologías. De un lado, está la hipótesis de la demencia digital. Este término fue acuñado por el neurocientífico Manfred Spitzer y habla de la descarga cognitiva que realizamos al confiar en la tecnología. Ya no necesitamos aprender de memoria los números de teléfono, las fechas de cumpleaños o qué camino recorrer para ir a casa de un amigo, porque nuestro smartphone nos lo indica. Spitzer y otros neurólogos aseguraban que delegar estos procesos mentales en máquinas hacía que dejáramos de ejercitar el cerebro. Y que esto tendría consecuencias a largo plazo. Esta idea se unió a las conclusiones de ciertos estudios que relacionan el tiempo pasivo frente a la pantalla con el debilitamiento de las capacidades cognitivas, sobre todo en niños y adolescentes.

“Pero el cerebro muestra diferentes grados de plasticidad a diferentes edades”, interviene Benge. “Los más jóvenes se encuentran en una ventana crítica para las exposiciones digitales, y eso justifica un estudio minucioso para ver qué ayuda o perjudica a los cerebros durante este tiempo. Los adultos mayores pueden mostrar menos plasticidad, lentitud de pensamiento y más dificultades para realizar varias tareas a la vez. Estar en contacto con tecnologías digitales puede ayudar a la cognición de las personas mayores al fomentar un pensamiento más complejo” defiende el autor del estudio.

Eso es justo lo que postula la otra teoría en liza, conocida como hipótesis de la reserva tecnológica. Fue ideada por el profesor de neuropsicología de la Universidad de Columbia Yaakov Stern. Este hablaba de una ausencia de relación directa entre el grado de daño o patología cerebral y las manifestaciones clínicas de dicho daño, lo que bautizó como hipótesis de la reserva cognitiva. Stern defiende que si hay una conexión neuronal dañada, el cerebro recluta redes cerebrales alternativas para paliaralo. Busca un plan B. Esto, se aplica, mutatis mutandis, al mundo tecnológico. Así, un entorno enriquecido con tecnología puede facilitar la independencia y funcionalidad de ancianos con síntomas de deterioro cognitivo. Primero, apoyándose en la tecnología para que compense ciertas carencias del cerebro. Puede que tú no te acuerdes de qué tenías visita con el médico el lunes, pero el recordatorio de Google Calendar, lo hará por ti. En segundo lugar, por el aumento de las actividades mentales complejas y la conexión social que conlleva utilizar de forma rutinaria la tecnología.

El presente análisis parece mostrarse más a favor de esta segunda teoría. Analiza datos objetivos y llega a conclusiones contundentes, pero una correlación, por fuerte que sea, no implica causalidad. En cualquier caso, supone un alivio ver que las primeras generaciones que abrazaron internet, los móviles y los ordenadores personales, están envejeciendo con unas tasas de demencia similares a las de sus antecesores. No hay, a nivel epidemiológico, ningún dato que señale que la tecnología les haya dañado. Y eso ya es una buena noticia. Como explica Barger: “Creemos que este estudio supone un pequeño alivio para los pioneros digitales, en el sentido de que no estamos asistiendo a una oleada de demencia digital”.

FUENTE: EL PAIS